EL GRAN ESPÍRITU DEL BOSQUE LOS ENVOLVIÓ CON SUS RAÍCES. EN SU TEMIBLE CANTO EL CLAMOR DE LAS BESTIAS RETORCIÓ LOS CORAZONES… LA FURIA DE LA MONTAÑA HABÍA DESPERTADO HASTA HACER QUE LA DIVINIDAD DEL CIELO RUGIERA… ENTONCES CAYERON LAS AVES DEL CIELO
BAJO SU MANO CURATIVA LO JUSTO FUE REENERGIZADO Y LO CORRUPTO PURGADO, A LOS OJOS CELESTES EL VERDOR CUASI PARDUZCO HIZO JIRONES DE CARNE DE PROFANACIÓN.
LA INTELIGENCIA DEL BOSQUE QUEDÓ REVALADA, LAS ALMAS QUE LA RODEABAN ROTAS…
...LOS OJOS DE LA ESFINGE... En las alturas vela por el mecenazgo de Vania, aquella quien sabe de la vida.
Las raíces se entornaron entorno a las altas cúpulas, siendo altas como el mismo cielo. Se abrazaron con las ramas de sus gemélos consanguíneos árboles y el cielo se cubrió de manto verde del titán montaña. Los orochi, aquella noche escucharon con fuerza su aliento. En las copas de altos enebros resono el picoteo del carpinetero.
Entre las ramas saltaban raudos un grupo de los llamados “acechantes serbal”. Con magistral arte emanado de su comunidad con el espiritu natura al que se unía su entrenada agilidad corrieron prestos a reunirse con la Dama del bronce.
Por su juramento el gurpo de guerreros tenía encomendada en custodia la defensa de un tótem de tribú, un bastón de mando recogido por la última gran matriarca amazona. Las palabras de Vania esta vez eran sencillas.
En el viento del boreal los sacerdotes augures venían escuchando las instrucciones y la sílfide guardina los guiaba hasta las cuevas venerables. Ante los ocres óxidos de las pinturas de las paredes el chamán, recitando sus plegarias al alma de la tierra, se envolvía en el manto de serpiente pétrea. A sus pies, sedente, reposaba calmada una esfinge de hermoso rostro y melena morena que caía sobre sus alas.
El chamán les entregó tres plumas y partieron como acordaron areunirse con los guardianes Aggelos Esther, Ricky B. y el general Antho.
Tras ellos la esfinge, que había seguido sus pasos sigilosamente, les miró por última vez y susurró un verso recitado en tono de canción de gesta...
ESCAMAS DE FLECHA.
Mientas en Laesencia, Esther preparaba junto a Mardoqueo y Alphonso un bálsamo y acto seguido impregnaban las flechas que les había pedido apenas dos días antes el general Antho. Nadie había preguntado por el destino del cargamento. La solicitud, que había traido la heraldo Ileana, se acompañaba de un sobre lacrado con instrucciones y sello de la Dama Roushe, de su forja de Ilean.
En los siguientes tres días un grupo de grifos de Sha recogerían la carga de flechas para reunirlas junto a otro diverso arsenal. Ante Esther se presentó sin compañía alguna la Dama Rosharyo cabalgando una hermosa cuádriga de pegasos y ribeteada con los estandartes de su linaje. Ésta la preguntó por el contenido del sobre, certificándole Esther su recepción y ejecución del mensaje. Mientras en las forjas los otecnólogos dispisieron también en otro paquete el forjado de hojas de metal crystalo asi como unas placas de armadura. Rosharyo se despidió, bajó al taller y tras recogerlo con su cuádriga y dos otecnólogos teleportó el metal y armó a sus pegasos con las placas disponiendo unas bardas.
...El susurro de la esfinge provocó un canto en el campanario...
En las altas torres de la catedral de Laesencia dos salamandras que envolvían el reloj principal saltaron de sus bases acompañadas por un terceto de gárgolas tetraladas y portando cada una alabardas, que descendieron ante la Dama Rosharyo y la escoltaron.
En el campanario otras tantas criaturas suplieron la posición como en un milimétrico cambio de guardia.
Antho, dentro de la catedral mascullaba con el prelado ciertos aspectos para que fusesn transmitidos al Patriarca del sínodo. A éste también se dirigía una una fina talla que Manu, el manwattara de mortales, había guardado desde los últimos incidentes en la ciudad tras la misión a que atendía. Cuatro Hermanas-paladín la recogieron y la dispusieron el el altar dispuesto a tal fin según los rituales consagrados en los cuatro días anteriores. El prelado también entregó a Antho el pergamino de que le advirtió.
Antho salió de la catedral rumbo a Campo de Ilean, donde estaban destacadas sus tropas con mando de Laurisilva. Como fuera dicho que ésta hiciera la arenga sobre las tropas, llegado Antho marcharon hasta las frnjas del Bosque de Ilovleo, distando dos días de los túmulos de las grandes emisarias. Laurisilva cruzó la gran avenida en el claro de Atheran y se dirigió hasta el altar. Depositó el medallón de las cuatro bestias, que le había entregado su hermana Inadaie en el Templo del cielo, y esperó la venida de un espíritu Kirin tal como le indicaron. Ante ella atravesando las filas de pretorianos el Kirin apareció de entre el follaje des bosque semejando a un albo caballo cubierto en su lomo con un manto de hojas y portando en sus dos cuernos sendos relicarios marcados con el símbolo del linaje Manwattara.
Antho los recogió y acto seguido los guardó prendidos entorno a un brazalete en una mochila bajo su capa. Luego le pareció ver de forma borrosa la imagen de una esfinge que se difuminó entre los ejércitos.
Al caer la tarde los “trepadores” bajaron de los árboles y Antho les saludo con gesto respetuoso. De entre ellos uno se adelantó y presentó sus respetos ante la princesa Laurisilva, aunque no gustaba que la refirieren en tal condición, y dejó caer su máscara descubriéndose como el famoso Akherum. Laurisilva le dio un abrazo y se quedó más tranquila al saberlo allí con ella. Tras él un segundo integrante también deshizo los correajes y el Manwattara Manu se mostró con rostro qiuto y sereno como su nacada máscara, similar a las del Teatro Nô. Antho le entregó el pergamino y Akherum le guardó la capa junto a su equipo en su caballo.
Antho preguntó a las otras dos formas tras éstos que respondieron a sus cuestiones tan solo con este canto:
-”El llanto de guerrero porta su calavera”, “mientras su guardia levanta su estandarte orgullosa”.
Antho supo que oído esto que había cumplido la petición que le habían hecho en los salones de Exódeo. Sólo faltaba que los grifos le trajeran el encargo por el que los mandó hasta Laesencia. Esa noche se encendió una hoguera ante el templo sobre lajas de pizarra marcadas con los símbolos de cada unidad del ejército de las allí dispuestas y hechos los turnos descansaron las cinco horas que faltaban hasta la llegada del amanecer .
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