Compartieron la luz bajo las dulces farolas de París. Soñándose tan dulcemente que el sagrado corazón les parecía una mentira. Caricias del siempre salvaje y apasionado Molin Rouge, donde pícaros y pendencieros, juerguistas y trovadores cantaban bellas baladas.
Un mnundo de magia y sueño. De melodías multicordes al hilo del saxofón, y una pasión roja.
La voz de París...
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