Mi dama, siguendo el rastro de tus ojos, como siempre descubro que el cielo nunca es el límite y que no hay averno bajo la tierra. Que la miseria y la amargura crecen como impías flores alimentadas de sutiles hálitos venenosos. Que no son las escamas de las serpientes de lo que hay quer temer.
Caminé con ellas, mi reina, cuando pensaba que te perdía. Y más me dí cuenta de que su veneno queda en el fondo y que los que verdaderamente quieren escupen esta ponzoña sin que llegue a corromper su alma. Fueron estas gentes, estos nómadas de mil desiertos quienes me enseñaron que entre las dunas hay montañas que aunque parecen levantarse frágiles son más firmes de lo que aparentan. Igual que muchas arenas movedizas semejan tierra segura o las plantas carnívoras guardan sus dientes en el vuelto de un puñal.
Mi reina, el sol en los ojos de tu hija aún me recuerda que la carne llama fuertemente a quines confían en ella. Que no hay nunca anhelos perdidos, ni tesoros olvidados sino caminos que tenemos miedo de volver a recorrer.
Cortar con las mismas manos en pedazos los recuerdos del pasado. Abrazar a las personas a las que amamos descubiendo que la sombras como las vemos nuestro corazón despeja de ellas todas las dudas y nos las muestra en verdad lúcidas y firmes para asirlas. Descorrer los velos es atreverse a no temer que caemos, sino a agarrarnos fuerte porque siempre hay una cuerda incluso junto a los abismos mas profundos.
Me enseñaste que tener miedo es correr aún más fuerte contra la oscuridad, derribarla más que con un puñetazo sordo y seco. Que un grito lanzado al cielo cuando brota con la fuerza del vcalor se escucha y proteje a los nuestros. Porque como los feroces leones hay camadas que son un auténtico bunker.
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